martes, 26 de enero de 2010

El problema de los signos, de los símbolos y sus significados

por el Dr. Miguel Ángel Mirabella

En el orden intelectual decimos “dime como hablas y te diré como piensas” y en el orden afectivo decimos “dime cuanto bien le deseas y te diré cuanto lo amas”. Sucede que en la vida de las personas como en la vida de los pueblos, se entrelazan los afectos y los pensamientos, hasta constituir una vivencia espiritual que exige conocer todas sus limitaciones y amar todas sus virtudes. 

Sin embargo, existe un escenario natural y humano, una verdadera herencia cultural que se instala en la memoria personal y en la conciencia histórica de los pueblos, que les hace imposible negociar los afectos y los pensamientos por separado. Se ama la totalidad, a pesar de todo y se critica todo sin dejar de amarlo. 

Por esta razón, para representar lo impensable e identificar el pasado hacen su furtiva aparición los signos, los símbolos y sus significados. Cuando se trata de signos, decimos que guardan relación directa con lo signado. Como el humo es signo de fuego, el signo adelanta el peligro en su mensaje. De este modo, los signos naturales sólo indican el suceso, no el fin que el suceso tiene y por eso, los signos naturales son ajenos a los símbolos, porque siempre indican pero no significan. 

En cambio los signos intencionales son conscientes manifestaciones intelectuales o afectivas que indican lo que sucede y significan lo que pretenden. Esos signos son signos significativos, distintos de los símbolos, porque van unidos a lo significado. Tal sucede con los términos de un idioma o con una obra de arte en su estructura sensible.Sucede algo distinto con los símbolos, término de uso latino y de origen griego que indica el acto de vincular lo que es distinto para hacerlo coincidir. 

Los símbolos siempre significan porque están en lugar de algo para ser su equivalente y por eso se distinguen de lo simbolizado, tengan o no relaciones intelectuales o afectiva con él. Porque sólo se distinguen, los símbolos no se separan de lo simbolizado, ni en lo intelectual ni en lo afectivo. Por esta razón, el lenguaje simbólico es críptico y cerrado, dice más de lo que expone y expone menos de lo que dice. Si es sensible se lo mira para ver la profundidad que oculta y si es intelectual se lo describe para evitar encerrarlo en la definición. 

Estos anuncios sirven para orientar el análisis de los signos y de los símbolos significativos de una Nación o de un Estado, tomando en cuenta las grandes diferencias entre la Nación, como el medio social cultural y el Estado, como la sociedad civil institucionalizada. Este es, también, el punto de divergencia que produce el término patriotismo, porque su valor y sentido depende de lo que se predica y de quien se lo predique. Para quienes confunden los términos Nación y Estado, el patriotismo es un sentimiento en favor del Estado o la Nación, términos que representan los valores institucionales de la sociedad civil, su forma de gobierno, su constitución o su pertenencia a coaliciones políticas superiores. 

Para quienes ambos términos, el patriotismo pertenece a la Nación, como el presente histórico de la Patria y sus símbolos serán válidos si representan la herencia cultural de un pueblo, su identidad original y sus valores espirituales. Para quienes sin separar ni confundir, el patriotismo pertenece a la Nación, reconociendo que el sostén de su identidad le corresponde al Estado o a los Estados que la constituyen y la integran. 

En este sentido, para esta parte del mundo, la Nación sería Iberoamérica, temporal y accidentalmente dividida en diversos Estados y el patriotismo resulta ser un término comprometido con ambos. Advertida la diversidad, decimos que los signos de patriotismo y los símbolos patrios tienen distinto valor y significado, según sean el criterio aceptado. Así por ejemplo, la sacralización y culto místico a los símbolos son patrimonio casi exclusivo del Estado-Nación, modelo laico temporal de convivencia ciudadana, alcanzada por medio de un contrato, constitución o cosa semejante. Se trata de una creación ciudadana que se proclama soberana, en una fecha determinada y en un ámbito geográfico definido. 

En este caso los símbolos son del Estado y el patriotismo es un signo de adhesión y defensa de sus instituciones. La nacionalidad separada del Estado, puede proclamar identidad racial, étnica, religiosa o todas a la vez. Sus miembros guardan los signos en la intimidad que los reúne y los ponen de manifiesto en los hábitos y costumbres, en las vestimentas festivas, en la custodia del idioma y en la religiosidad. Separados de todos los demás, podrán tener o no un ámbito territorial de soberanía, pero todos son iniciados en esta fidelidad a los signos que se corresponde con el patriotismo o con el amor a sus ancestros. 

La opción de la Nación, distinta pero no separada del Estado, tiene una profunda trayectoria histórica, en la cual se reúne la herencia física de la tierra que los padres habitaron y la herencia espiritual que los fue identificando a través del tiempo. En esta opción, el patriotismo se identifica con la Nación y se canaliza en el fortalecimiento de las instituciones del Estado, como institución que esta para servirla y defenderla. Resulta evidente que el significado y valor de los signos y de los símbolos resultan distintos en las tres opciones. A veces el Estado pretende adueñarse de los títulos de la Nación, a veces la Nación sobrevive sin pertenencia política y a veces, la pertenencia política de la Nación sigue siendo parcial, condicional, histórica y circunstancial. 

Reconocidas estas distinciones, podemos definir el valor y significado de los signos y de los símbolos en general. Si decimos que guardan relación de naturaleza con lo signado, los signos naturales o intencionales referidos a la vida comunitaria pertenecen a las personas, demuestran aceptación y pertenencia política y cultural y merecen ser objeto de formación e información escolar. 

Algunos signos de patriotismo son el respeto a la herencia histórica de la Patria, el respeto a los valores espirituales que mantienen su identidad y también el respecto a las instituciones jurídicas y políticas del Estado. Si decimos que los símbolos guardan relación analógica con lo simbolizado, los símbolos patrios pertenecen a la comunidad, están en lugar del patrimonio cultural de un pueblo y deben ser usados en determinados tiempos y lugares que protejan su simbología y reconozcan el valor que los dignifica. 

La escarapela, por ejemplo, es un signo personal de identidad y significa el deseo de pertenencia patriótica. En cambio, la bandera es un símbolo comunitario de identidad, significa la encarnación espiritual en la dimensión sensible de un pueblo. La bandera puede pertenecer a un Estado o a un conjunto de Estados confederados, pero apoya todo su valor en la Nación, como presente histórico de la Patria. La bandera simboliza la identidad cultural en el tiempo, la trayectoria histórica de un pueblo y la forma más simple de mostrarse distinto, sin necesidad de ser opuesto. Sólo resta señalar el problema que representan los signos particulares incorporados a los símbolos.

En estos casos, lo agregado es un apósito que oscurece y adultera la universalidad del símbolo, cuyo valor es estar en lugar de lo significado, sin comprometerse con los signos intencionales de personas o de grupos. En verdad, esta forma de adulterar los símbolos patrios, con signos significativos de una parcialidad, de una ideología o de un determinado momento político, es un delito que debería ser sancionado jurídicamente, aunque de hecho la mayor sanción es su olvido histórico. 

El signo significativo es un sello pegado, con violencia, sobre el pasivo reposo de los símbolos, adultera su universalidad y su función y los convierte en motivo de repudio de unos o de otros. Esta es la gravedad que reviste el mal uso de los símbolos, porque adultera lo simbolizado con la violencia del sello y reduce su original universalidad. La nómina es múltiple y diversa, puede ser la hoz y el martillo, la cruz esvástica, los fusiles cruzados o la imagen idealizada de un supuesto defensor de los desamparados.

Curriculum vitae del autor
Profesor titular ordinario de Antropología, Doctrina Social y Ética Profesional en la Universidad Católica Argentina.
Ha sido profesor de la Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Universidad del Salvador y Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino.
Miembro de la Sociedad Interamericana de Filosofía y de la Sociedad Católica Argentina de Filosofía.
Ha dictado cursos y conferencias sobre temas de su especialidad, en el país y en el extranjero.
Ha publicado algunos libros y numerosos artículos referidos a temas de interés académico. Entre otros:
Fundamento de Ciencia Social y Política.
Mundo natural y mundo humano.
Integración cultural Iberoamericana.
Fundamentos de Filosofía Económica.

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