lunes, 6 de junio de 2011

Boda en el Principado de Mónaco

Cuando el maestro aprende


Desde hace varios años imparto anualmente unos cursos breves para empleadas del hogar. Tienen la finalidad de brindar una capacitación básica a un grupo muy numeroso de mujeres que se desempeñan en casas de familias. Esta  actividad bien podría desarrollarse  en Madrid, en Londres, en Nueva York o en mi ciudad, donde siempre se encontrarán personas  con verdadera dedicación y esfuerzo, ansiosas de recibir una formación humana y profesional.

Una muy elogiable institución posee en Buenos Aires unas instalaciones en una zona muy poblada. Hasta allí acuden las alumnas con sacrificio. Quienes asisten a los cursos son mujeres que emplean parte de su descanso semanal para capacitarse. La primera vez que tuve frente a mí a un grupo de unas cincuenta empleadas me emocioné y se los dije con sinceridad. Quizá se sorprendieron con mis palabras de aliento a su profesión invalorable. Tomé ocasión para hablarles de protocolo, etiqueta y ceremonial. Busqué en las miradas una respuesta que llegó de inmediato y eso me ayudó enseguida a hablarles del saber estar.

Sé bien que mi intento no corresponde al protocolo y al ceremonial. Sin embargo es preciso introducirlas en un mundo que a veces les parece imposible de llegar. Sorpresa tras sorpresa fuimos pasando desde la mesa a la inglesa o a la francesa, a las presidencias, a las precedencias, a la cubertería y a todo aquello que se  pone de manifiesto en la vida cotidiana y, con más esplendor, cuando en la casa hay invitados. A ellos hay que proporcionarles calor, afecto. La atención exquisita la darán los dueños de casa y sus  empleadas.

Las voces del público no tardaron en llegar en forma de preguntas. Una seguía a la otra y si había comenzado emocionado, todas las inquietudes me llegaron hondo. “¿A quién debo acercar la fuente en primer lugar?”. “Si hay tres señoras, cómo procedo?” ¿“Qué formas hay para atender la mesa”? A veces respondí con otra  pregunta: “¿Cuántas personas trabajan junto con usted y cuántos comensales se sientan a la mesa?”. “Si la dueña de casa les pide algo diferente a lo que saben, ¿qué pueden decirle?”, “¿cuánto tiempo permanecen en la mesa los comensales que usted debe atender?”. “¿Qué detalles tienen cuando hay un cumpleaños?” Una advertencia afectuosa  fue para evitar roces con las dueñas de casa.

Parecería que en los tiempos actuales sería más conveniente utilizar un verbo diferente a servir. La palabra sería asistir a la mesa. Se dice servir a la patria, a la familia, a la profesión, a los propios intereses, al egoísmo, a la vanidad. Todos servimos y la profesión de empleada del hogar es tan importante como la que tenemos.

Si nos quedamos solamente en temas tan nimios como la cucharilla o el muletón que cubre la mesa, podemos olvidar que la empleada  desarrolla una tarea impresionante en el hogar. De ella dependen muchas veces el cuidado de la casa, la atención de los niños, la elaboración de las comidas, la limpieza y todo aquello que ayuda a mantener un clima de orden, de armonía, de buen gusto. Por eso, les  recordé  como singular la tarea que  tienen en sus manos. Ellas pueden mucho. Enseñan a una niña a utilizar una servilleta o a dejar los cubiertos de una manera correcta sobre el plato, animan  a que se pidan las cosas en la mesa por el conducto reglamentario, es decir por medio de quien hace cabeza. Son muchas las ocasiones y es imposible detenernos en ellas.

Todos cometemos errores y los mismos tienen que pasar inadvertidos. A veces, especialmente en la asistencia de la mesa, se producen algunos. Les recordé una anécdota. En una familia había invitados y uno de ellos tenía un régimen especial de comida. La dueña de casa olvidó comentar el lugar donde se ubicaría ese comensal. ¿Qué sucedió? Lo previsible y en el momento menos propicio. Como no sabía la empleada a quién acercar el plato con la dieta, se aproximó a su patrona y  le preguntó en voz baja: “Perdón ¿pero, cuál es el señor que no es normal?”. Son esas cosas  que no deberían ocurrir. Sucedió justo en el instante en que todos los de la mesa habían hecho silencio.

Es cierto que la virtud de la justicia y las normas jurídicas colaboran para que las empleadas del hogar reciban la remuneración justa y adecuada. También para que tengan horarios de acuerdo a sus obligaciones familiares como las personas que se desempeñan en otros ámbitos. Por eso alabo la inquietud de quienes promueven su capacitación y colaboran para que puedan asistir a cursos y a clases.

Aprendí mucho en las clases. Los conceptos que han colaborado en la redacción de esta nota no son inventados. Son de vita vissuta. Los escuché de labios de las participantes.  Por eso  escribí al principio “Cuando el maestro aprende”.
 
Por Esp. Roberto Sebastián Cava
Fuente "Revista Protocolo.com"