La asertividad prepara para actuar
con un perfecto equilibrio entre emoción y razón, según la información
disponible. (Nelda Sherton,
Sharon Burton)
Es importante establecer la diferencia entre un comportamiento asertivo,
uno pasivo y otro agresivo. Pero vayamos por partes.
Asertividad proviene del latín assérere,
assertum, que significa afirmar.
Precisamente adoptar en la vida una actitud asertiva permite explicitar,
sinceramente, los propios sentimientos, necesidades o apreciaciones sobre
diferentes temas, con el respeto que merecen los interlocutores con quienes nos
relacionamos.
Esta visión de la vida facilita las relaciones entre las personas y
favorece la propia autoestima, lo cual reduce las situaciones de estrés. Un
comportamiento asertivo evita, asimismo, escenarios propiciatorios de incipientes
conflictos por falta de información de las partes involucradas.
Por ejemplo: “Ana piensa: presenté el
informe completo en tiempo y forma y Antonio
ni lo miró, seguramente debe tener un problema conmigo y no me lo quiere
decir”. Es muy probable que este pensamiento se torne recurrente en Ana, que
es quien lo ha generado. En cambio, una Ana asertiva, le preguntará a Antonio
–en un marco de respeto- “Antonio,
¿podrías darme tu opinión del informe que preparé para la próxima reunión?”.
Por el contrario si Ana no toma la iniciativa para aclarar su duda, esa
suspicacia podría derivar en un conflicto con Antonio.
En situaciones simples, como la descripta, y en otras de mayor complejidad
es la Inteligencia Emocional la que se pone de manifiesto, dado que esta
inteligencia nos permite reconocer tanto
nuestros sentimientos como los de los demás. Con la habilidad intelectual,
somos capaces de analizar y sintetizar, poner en marcha la creatividad y desarrollar un vocabulario o glosario que se corresponda con
nuestra actividad.
Así también, las habilidades emocionales se relacionan con la generación de
la propia confianza, contribuyen a
ejercer la empatía aumentando así la capacidad de practicar una buena
comunicación.
Ser asertivo no es otra cosa que afirmar la propia personalidad y ejercer
el señorío de nosotros mismos apoyados en la empatía y una comunicación
positiva.
Queda en evidencia que ser asertivo conlleva ciertos riesgos, pues se trata
de revelar las propias dudas, sentimientos o intereses sin perder de vista los
de las otras personas.
En contraposición, un comportamiento agresivo es aquel en el que el reclamo
o la explicitación de aquello que no nos
hace felices, se realiza en un ambiente de humillación y hostilidad. Una
persona agresiva siempre intentará imponerse por actitudes y acciones que
avasallen los derechos de quienes les rodea.
Ahora bien, existe un tercer aspecto del comportamiento que es el pasivo.
Una persona que actúa según los deseos o imposiciones de otros, sin hacer valer
sus opiniones, intereses o necesidades, deja en evidencia una actitud
excesivamente tolerante.
Posiblemente, esto provoque conflictos internos y hasta cuestionamientos
del tipo “por qué no se lo dije”, “por
qué me callé” o “tendría que haber dicho mi opinión al respecto”.
Tanto un comportamiento agresivo como uno pasivo no favorecen las
relaciones sociales y provocan situaciones de tensión que resultan
perjudiciales en cualquier circunstancia.
¿Ser asertivo significa adaptarse a las necesidades o requerimientos de
otras personas? No.
Tener una actitud asertiva nos permite, de manera respetuosa y empática,
interrumpir a nuestro interlocutor y solicitar una aclaración o explicación. La
asertividad nos provee la posibilidad de elegir cuándo decir “no” y cuándo
decir “sí” frente a determinadas circunstancias.
Y a esta altura de la reflexión debería preguntarse, ¿una persona nace o se
torna asertiva? Es posible que existan personas que, en forma innata tengan una
tendencia a la asertividad, sin embargo una gran parte de la humanidad necesitará
un entrenamiento asertivo. Adoptar un proceder asertivo supone decir “esto es lo que pienso”, reclamar “esto es lo que necesito” y manifestar “esto es lo que quiero”.
Una persona asertiva se permite rechazar o decir no, de manera cortés pero
al mismo tiempo con firmeza y posee libertad emocional cuando expresa sus
sentimientos.
Como conclusión, ser asertivo y empático no es equivalente a aceptar y
decir “sí” a todo lo que se le propone, es ser lo suficientemente libre y
diplomático para saber decir “no” cuando corresponde y, a la vez, explicitar el
por qué de esta decisión.
En el libro “Asertividad. Haga oír su
voz sin gritar”,[1] se
concluye que:
La asertividad es: esto es lo que pienso, esto es lo que siento y
esto es lo que quiero.
La agresividad es: esto es lo que quiero –es absurdo que pienses de
otra manera-; lo que siento –tus sentimientos no cuentan-; y esto es lo que
quiero –lo que quieras tú carece de importancia.
La pasividad es: piense lo que piense, no cuenta; lo que siento,
no importa y lo que quiero, es irrelevante.
Sin lugar a dudas, ser
asertivo tiene sus privilegios.
Por Edith Pardo San Martín
[1] “Asertividad. Haga oír su voz sin gritar”, Sherton, Nelda y Burton, Sharon. FC Editorial, Madrid, 2004. ISBN-10: 84-96169-28-6