lunes, 14 de febrero de 2011

Hoy invito yo

Buenas tardes a todos los seguidores de Bitácora, bienvenidos a los que han vuelto de vacaciones.

Deseo presentarles un nuevo blog: "Hoy invito yo", éste es también el título del programa radial, que conduce mi amigo Gonzalo Guillot y que ha obtenido 3 premios Lanín consecutivos.

Les cuento brevemente que Gonzalo vivía y trabajaba en la Ciudad de Buenos Aires, un buen día partió de vacaciones hacia Villa La Angostura, provincia de Neuquén y desde entonces reside allí.

La Patagonia argentina tiene un encanto especial que atrapa y del que es difícil, como en el caso de Gonzalo, escaparse.

Su blog está dedicado a la gastronomía mundial, al vino y al té, aunque haciendo énfasis en nuestros sabores propios.

Para finalizar, si lo desean, pueden escuchar el programa en directo a través de Internet.

Espero que les guste. Hasta pronto.

Edith Pardo San Martín

miércoles, 9 de febrero de 2011

Para saber más sobre nuestro país



Forma de Gobierno
 
La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma Representativa, Republicana y Federal. 

Es Representativa porque gobiernan los representantes del pueblo; es Republicana pues los representantes son elegidos por el pueblo a través del sufragio. Existe la división de poderes (Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial) y se adopta una Constitución escrita. Es Federal porque los Estados Provinciales conservan su autonomía, a pesar de estar reunidos bajo un gobierno común (Gobierno Nacional). 

Los tres poderes se controlan unos a otros para garantizar la descentralización del poder. 

Posee un régimen Democrático y Sistema de Gobierno Presidencialista.

La Constitución nacional fue sancionada en 1853 y reformada en 1860, 1898, 1957 y 1994.

Sufragio: universal y obligatorio a partir de los 18 años

Los Tres Poderes
El sistema democrático argentino reconoce tres poderes fundamentales: el ejecutivo, el legislativo y el judicial: Poder Ejecutivo: El art. 87 dispone que éste poder sea desempeñado por un ciudadano con el título de “Presidente de la Nación” (es unipersonal).

Sólo pueden ser elegidos para el cargo los argentinos nativos o por opción, pero sólo aquellos que son hijos de ciudadanos nativos nacidos en el extranjero que hayan optado por la ciudadanía argentina.

El Presidente es elegido para un período de cuatro años a través del voto popular directo, y en doble vuelta (en caso de no obtener más del cuarenta y cinco de los votos afirmativos). También tiene la posibilidad de ser reelecto por un sólo período consecutivo. Lo acompañan el Vicepresidente, elegido por el mismo período y con misma modalidad del Presidente. El jefe de Gabinete de Ministros y ministros. 
Poder Legislativo: A cargo del Congreso de la Nación compuesto por dos cámaras, una de Diputados de la Nación y otra de Senadores de las Provincias y de la Ciudad de Buenos Aires.

La Presidencia del Senado es ejercida por el Vicepresidente de la Nación, que no tiene voto, salvo en caso de empate. Es parte integrante aunque haya sido elegido constituyendo la fórmula presidencial.

Ésta cámara está compuesta de tres senadores por provincia y tres por la ciudad de Buenos Aires, elegidos en forma directa y conjunta por seis años, renovable por tercios cada dos años, correspondiendo dos bancas al partido político con la mayoría de votos y la restante al partido que le siga.

La Cámara de Diputados (con 257 miembros elegidos en forma directa por cuatro años y reelegibles, renovables por mitad cada bienio).

Poder Judicial: Corresponde a la Suprema Corte de Justicia de la Nación Argentina y los tribunales inferiores, se encargan de administrar justicia.

La Corte Suprema de Justicia está compuesta jueces nombrados por el Presidente con el acuerdo del Senado.

El Consejo de la Magistratura administra el Poder Judicial y tiene a su cargo la selección mediante concurso público de los magistrados de los tribunales inferiores. El Ministerio Público es un organismo independiente con autonomía funcional y financiera para a la promoción de la actuación de la justicia en defensa de los intereses de la colectividad, estando integrado por un Procurador General y un Defensor General de la Nación.

Jurado
La Constitución vigente consagra la institución del jurado para los juicios criminales ordinarios.

Organización Política 
La República Argentina es un estado Federal constituido por 23 Provincias y una Ciudad Autónoma. Cada provincia y la ciudad de Buenos Aires elige por sufragio directo a sus gobernantes y legisladores; asimismo, los estados provinciales organizan y sostienen su administración de Justicia.

Estados Provinciales
La República Argentina es un estado Federal constituido por 23 Provincias y una Ciudad Autónoma. Cada Provincia tiene competencias legislativas en los términos establecidos en sus respectivas Constituciones en las que de forma expresa manifiestan su adhesión a la República. El poder ejecutivo de cada provincia es ejercido por el Gobernador electo por los habitantes de la Provincia; entre sus atribuciones se encuentra hacer cumplir la Constitución y las leyes de la Nación, de ahí que la Constitución Nacional se refiera a ellos como agentes naturales del Gobierno Federal. El poder legislativo provincial es ejercido por la correspondiente Legislatura provincial que puede ser unicameral o bicameral. 

Cada Provincia está dividida en Departamentos, salvo en el caso de la Provincia de Buenos Aires donde reciben la denominación de partidos. Cada departamento está a su vez dividido en distritos y éstos en localidades. Las localidades se clasifican administrativamente principalmente en función del número de habitantes. La naturaleza, composición y competencias del gobierno de cada localidad depende de su rango, estableciéndose en las diferentes constituciones los criterios de clasificación y las formas de gobierno. 

Las localidades que superan un cierto número de habitantes, o por declararlo una ley provincial, se denominan Municipios estando gobernadas por una Municipalidad cuya rama ejecutiva es ejercida por el Intendente (o Viceintendente) elegido por sufragio universal directo, y cuya rama legislativa, con potestad para la sanción de Ordenanzas Municipales, es ejercida por un Concejo Deliberante, siendo el número de concejales función del número de habitantes del municipio del último censo realizado.
El resto de localidades que cumplan unos requisitos mínimos (existencia de casco urbano, por ejemplo) podrán ser gobernadas por una Comisión de Fomento que constará de un Presidente y varios Vocales. 

En ambos casos se establecerán los límites del Ejido Municipal que será gobernado por la Municipalidad o la Comisión.
Esta estructura administrativa es dinámica y tiene el propósito de colaborar en la descentralización del Estado (el Federalismo se lleva hasta el ámbito Municipal). 

Fiel guardiana del bienestar de sus habitantes, la Argentina posee instituciones que ayudan a garantizar el correcto ejercicio de los poderes y los derechos de su pueblo.

Para conservar el patrimonio y la seguridad del país es que existen quienes se forman con el fin de contribuir a la defensa nacional protegiendo y garantizando la soberanía e independencia, la integridad territorial, la capacidad de autodeterminación, la vida y libertad de los habitantes y los recursos de la Nación.

Fuente: http://www.casarosada.gov.ar

lunes, 7 de febrero de 2011

Sobre la insolencia

Cuando recibí este escrito por correo electrónico pensé que sería una de las tantas "cadenas" que colman mi casilla diariamente.

Sin embargo para mi sorpresa no ha sido así, pues aunque su título se refiera a la Argentina considero que la insolencia llegó para quedarse en el planeta. Realmente me apena, ya que al decir de Aristóteles "el fin último del hombre es buscar la Felicidad" y la insolencia eclipsa todo atisbo de felicidad. La insolencia se filtra en las acciones cotidianas del hombre, sin que éste lo perciba: la insolencia es contagiosa y se está volviendo mundialmente endémica.

Finalizo mi introducción, con un párrafo escrito por el filósofo Romano Guardini al referirse a la Cortesía: "Con las reglas vivimos. Estas pueden no ser muy importantes en el individuo, pero en su conjunto constituyen la vida cotidiana".

La Argentina Insolente

En mi casa me enseñaron bien.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: “Ya van a ver cuando llegue papá”. Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.

No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas... Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.

Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran “lavarse las manos antes de sentarse a la mesa” o “escuchar cuando los mayores hablan”.

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.

Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “las reglas” mediante el sano y excitante proceso de la “travesura” que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible.

El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había “travesuras” sin “castigo”, y una enorme cantidad de “reglas” que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido.

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba.

Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad.

Le explicaré: Justicia, porque “el que las hace las paga”. Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.

Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa.

Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. En mi casa había una “Tercera Regla” no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. 

Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:
Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.

Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo.
Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA.

Usted puede romper una regla -es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes.

La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio.

El mal de los argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza.

La insolencia hace un culto de cuatro principios: 
- Pretender saberlo todo
- Tener razón hasta morir
- No escuchar
- Tú me importas sólo si me sirves.
 
La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación.

La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira.

Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.

Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas?

Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes?

Yo se lo voy a contestar. 
PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.

Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros.

No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel.

Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.

Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.

Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA.

Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada.

Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa. Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío.

Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: o aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento.

¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE?
Espero no haber sido insolente.

En ese caso, disculpe.
Dr. Mario Rosen
(El Dr. Mario A. Rosen es médico, educador, escritor)