¿Alguna vez
te has puesto a pensar acerca de la importancia de nuestras palabras y lo que ellas generan?
Todos
hablamos casi todo el tiempo, algunos de nosotros lo hacemos pues de ello
vivimos y otras personas, porque no pueden permanecer en silencio. Estas
últimas son las que están más expuestas a los conflictos, precisamente, por no
saber callar oportunamente.
Se dice que
un diccionario contiene, aproximadamente, 1.000.000 de términos y que, de estos,
una persona muy culta utiliza alrededor de 300.000; en tanto que un
universitario, 100.000 palabras y que un adolescente promedio, sólo 15.000.
Algunos estudios realizados indican que las mujeres pronunciamos alrededor de unas
veinte mil (20.000) palabras por día y que en los hombres, la emisión se reduce
a siete mil (7.000) vocablos.
Las mujeres hablamos tres veces más que los
hombres y no es que he descubierto la pólvora, no, sino que mi deseo es
solamente reflexionar sobre este hecho pues está en la naturaleza femenina.
Una mujer enseña
las primeras palabras a sus hijos para educarles, enseñarles a rezar y les orienta
para hacer de ellos personas de bien. Una mujer habla con su pareja para
afianzar el vínculo o para destruirlo; habla con las personas con las que, por
su trabajo o profesión, se interrelaciona. Una mujer, es dueña del “si” y del “no”.
Todos estos
estudios e investigaciones, me han puesto a pensar sobre cuántas de estas
palabras que utilizamos a diario reflejan nuestras emociones y percepciones
reales, de quienes nos rodean y del mundo en sí.
Cuántas
veces escuchamos utilizar gran cantidad de palabras “para no decir nada” o para
herir o proferir juicios de valor o, simplemente, para molestar y criticar.
¿No será ya
tiempo que comencemos a pensar antes de abrir la boca? Hace unos pocos días
publiqué en una red, una frase de Gilbert Keith Chesterton que ilustra mi
pregunta retórica: “El fin de tener una
mente abierta, como el de una boca abierta, es llenarla con algo valioso”.
Lo interesante sería
saber ¿de cuántas de ellas somos realmente conscientes? Y ¿cuál es su
incidencia en el mundo?
Por Edith Pardo San Martín