Qué pasaría si probamos con los buenos modales, con dejar de
interpelarnos del mal modo y -sin reverencias ni exageraciones-
empezamos a ser amables.
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“Vean ustedes, porque tal vez merezca la pena
perder tres minutos. Los conflictos y los inconvenientes, las
diferencias, la grieta -casi una presencia persistente, como en cierto
poema un perro fiel pero importuno- no tienen, estoy seguro, el modo
horrible en que aquí nos tratamos unos a otros.
El modo local de
relacionarse, desde una pregunta mínima sin respuesta hasta el empujón
callejero y la posibilidad de que alguien abra la puerta del coche, baje
y le pegue un tiro a otro por una discusión trivial, desde hace mucho
es un modo de vivir. Nos tratamos con encono, con desprecio, con la
mentira llevada al arte: “Dejá, yo me ocupo”.
Ocurre, pierdan
los tres minutos de arriba, que si no conseguimos tratarnos bien, no
hay destino. No se trata de un manual de buenas costumbres y maneras, en
serio. Se ha probado cambiar de talante con resultados transformadores.
Durante la segunda presidencia de François Mitterrand en Francia, se
implementó -poco menos como una política de Estado- la amabilidad,
cambiar.
Ser en adelante amable y cordial, en lugar de los
ladridos de los porteros que cierran el paso y sueltan un interrogatorio
de abuso y poder descompuesto, de los llamados sin contestar, de las
miradas hostiles, de los saludos ignorados, de las gracias sin “de
nada”.
Lo he propuesto con amigos, tipos inteligentes,
sensibles, capaces de darse cuenta acerca de cómo ocurren las cosas,
algunos en funciones y capacidad de obrar. No era la lámpara iluminadora
de la inteligencia, sino una cuestión esencial y sencilla pero sin la
cual la colmena humana se transforma en zumbido y confusión.
No
se trata de que todo el mundo piense lo mismo, nada que ver. Se trata
-con urgencia- de tratarse bien. Camino para mejorar la salud de los
vínculos de afecto, de un mejor comercio, de un turismo, de echarle
vitaminas al optimismo. Sin reverencias ni exageraciones grotescas. Sólo
tratarnos bien. Es una decisión: lo hacemos o nos ponemos a jugar a la
destrucción.”
Por Mario Mactas
(Periodista y escritor argentino)