lunes, 17 de septiembre de 2012

La asertividad o el arte de decir diplomáticamente "no"




La asertividad prepara para actuar con un perfecto equilibrio entre emoción y razón, según la información disponible. (Nelda Sherton, Sharon Burton)

Es importante establecer la diferencia entre un comportamiento asertivo, uno pasivo y otro agresivo. Pero vayamos por partes.

Asertividad proviene del latín assérere, assertum, que significa afirmar.

Precisamente adoptar en la vida una actitud asertiva permite explicitar, sinceramente, los propios sentimientos, necesidades o apreciaciones sobre diferentes temas, con el respeto que merecen los interlocutores con quienes nos relacionamos.

Esta visión de la vida facilita las relaciones entre las personas y favorece la propia autoestima, lo cual reduce las situaciones de estrés. Un comportamiento asertivo evita, asimismo, escenarios propiciatorios de incipientes conflictos por falta de información de las partes involucradas.

Por ejemplo: “Ana piensa: presenté el informe completo en tiempo y forma y Antonio  ni lo miró, seguramente debe tener un problema conmigo y no me lo quiere decir”. Es muy probable que este pensamiento se torne recurrente en Ana, que es quien lo ha generado. En cambio, una Ana asertiva, le preguntará a Antonio –en un marco de respeto- “Antonio, ¿podrías darme tu opinión del informe que preparé para la próxima reunión?”.

Por el contrario si Ana no toma la iniciativa para aclarar su duda, esa suspicacia podría derivar en un conflicto con Antonio.

En situaciones simples, como la descripta, y en otras de mayor complejidad es la Inteligencia Emocional la que se pone de manifiesto, dado que esta inteligencia  nos permite reconocer tanto nuestros sentimientos como los de los demás. Con la habilidad intelectual, somos capaces de analizar y sintetizar, poner en marcha la creatividad y desarrollar un vocabulario o glosario que se corresponda con nuestra actividad.

Así también, las habilidades emocionales se relacionan con la generación de la propia  confianza, contribuyen a ejercer la empatía aumentando así la capacidad de practicar una buena comunicación.

Ser asertivo no es otra cosa que afirmar la propia personalidad y ejercer el señorío de nosotros mismos apoyados en la empatía y una comunicación positiva.

Queda en evidencia que ser asertivo conlleva ciertos riesgos, pues se trata de revelar las propias dudas, sentimientos o intereses sin perder de vista los de las otras personas.

En contraposición, un comportamiento agresivo es aquel en el que el reclamo o  la explicitación de aquello que no nos hace felices, se realiza en un ambiente de humillación y hostilidad. Una persona agresiva siempre intentará imponerse por actitudes y acciones que avasallen los derechos de quienes les rodea.

Ahora bien, existe un tercer aspecto del comportamiento que es el pasivo. Una persona que actúa según los deseos o imposiciones de otros, sin hacer valer sus opiniones, intereses o necesidades, deja en evidencia una actitud excesivamente tolerante.

Posiblemente, esto provoque conflictos internos y hasta cuestionamientos del tipo “por qué no se lo dije”, “por qué me callé”  o “tendría que haber dicho mi opinión al respecto”.

Tanto un comportamiento agresivo como uno pasivo no favorecen las relaciones sociales y provocan situaciones de tensión que resultan perjudiciales en cualquier circunstancia.

¿Ser asertivo significa adaptarse a las necesidades o requerimientos de otras personas? No.

Tener una actitud asertiva nos permite, de manera respetuosa y empática, interrumpir a nuestro interlocutor y solicitar una aclaración o explicación. La asertividad nos provee la posibilidad de elegir cuándo decir “no” y cuándo decir “sí” frente a determinadas circunstancias.

Y a esta altura de la reflexión debería preguntarse, ¿una persona nace o se torna asertiva? Es posible que existan personas que, en forma innata tengan una tendencia a la asertividad, sin embargo una gran parte de la humanidad necesitará un entrenamiento asertivo. Adoptar un proceder asertivo supone decir “esto es lo que pienso”, reclamar “esto es lo que necesito” y manifestar “esto es lo que quiero”.
 
Una persona asertiva se permite rechazar o decir no, de manera cortés pero al mismo tiempo con firmeza y posee libertad emocional cuando expresa sus sentimientos.

Como conclusión, ser asertivo y empático no es equivalente a aceptar y decir “sí” a todo lo que se le propone, es ser lo suficientemente libre y diplomático para saber decir “no” cuando corresponde y, a la vez, explicitar el por qué de esta decisión.

En el libro “Asertividad. Haga oír su voz sin gritar”,[1] se concluye que:

La asertividad es: esto es lo que pienso, esto es lo que siento y esto es lo que quiero.
La agresividad es: esto es lo que quiero –es absurdo que pienses de otra manera-; lo que siento –tus sentimientos no cuentan-; y esto es lo que quiero –lo que quieras tú carece de importancia.

La pasividad es: piense lo que piense, no cuenta; lo que siento, no importa y lo que quiero, es irrelevante.

Sin lugar a dudas, ser asertivo tiene sus privilegios.

Por Edith Pardo San Martín

[1] “Asertividad. Haga oír su voz sin gritar”, Sherton, Nelda y Burton, Sharon. FC Editorial, Madrid, 2004. ISBN-10: 84-96169-28-6

sábado, 15 de septiembre de 2012

COCHERA Presidencial, un edificio inadvertido en plena “City porteña”

El que transite en la ciudad de Buenos Aires por la Avenida Leandro Nicéforo Alem al 800 probablemente le preste poca atención a un edificio de dos pisos con frentes de ladrillos ennegrecidos por el hollín, oculto entre los árboles, colectivos, automóviles y torres del microcentro.

Sin embargo, el observador atento no dejará escapar nuevamente su mirada cuando sepa que ese edificio alberga nada menos que las históricas cocheras de la Presidencia de la Nación.

No hay muchos datos sobre el edificio pero probablemente se construyó a finales del siglo XIX y durante la presidencia de Julio Argentino Roca comenzó a albergar las caballerizas de la presidencia.

Con el pasar de los años se desarmaron los establos y se retiraron los carruajes para dar lugar al estacionamiento de los automóviles de uso oficial, función que sigue cumpliendo hoy en día.

Fachada de la Cochera y Caballeriza Presidencial en 1916: 

Fachada de la Cochera Presidencial en la actualidad:

Lorenzo Rotgé, cochero presidencial entre 1921 y 1953, afortunadamente le describió los interiores del edificio a la revista “Lea y Vea” en una publicación del año 1962, la que nos sirve como valioso testimonio de la época:

“¿Saben cuál era el marco para todo esto, cuando guardábamos en Leandro Alem 852?

Un salón con mayólicas, pequeñas palmeras interiores, metales y pisos como espejos. Los marcos de las puertas, así como los cabezales de los boxes eran de bronce bruñido. Todos los patios tenían alfombras rojas. Fue necesario cubrirlos porque estaban demasiado lustrados y los caballos resbalaban en ellos.
La caballeriza fue construida durante el gobierno de Roca.
Los pesebres tenían las paredes azulejadas y la entrada estaba cubierta por una cortina de terciopelo marrón.
El lecho de los animales era de paja trenzada.
Sobre cada una de las columnas situadas entre los boxes, había un vaporizador de bronce con perfume “Cuero de Rusia”.
Los jovencitos del lugar venían a pedirme que los dejase estar un ratito en la cuadra, para que la ropa se les impregnase de aquél aroma.
Y aquellos caballos...¡qué hermosos animales! Recibían los mejores alimentos y a horario. Por la noche se los tapaba con cobijas de lana y en invierno, cuando llevaban al presidente y tenían que esperarlo en la calle, eran cubiertos con mantas de un paño color azul, forradas en astrakán, con el escudo nacional bordado en oro.”

Además de las memorias de Lorenzo también nos quedan las fotografías de las cocheras tomadas en el año 1916 para el álbum de “La Presidencia de la República Argentina 9 de julio de 1916″

Fotografía de las cocheras dónde se observa la sala dónde guardaban
los arneses para los caballos:


Fotografía de las caballerizas:
 

Fotografía de la sala dónde se guardaban las libreas, los uniformes que utilizaban los cocheros desde la presidencia de Sarmiento:


Fotografía del interior de la cochera con la carroza presidencial adquirida durante el mandato de Sarmiento:


Según el Complejo Museográfico provincial “Enrique Udaondo”, dónde se conserva esta carroza desde mediados del siglo XX, fue “Adquirida por el Gobierno en 1870, época en que ejerció la primera magistratura del país Domingo Faustino Sarmiento. Fabricada en París por la firma Delaye y Compañía y llevada a los Estados Unidos dónde fue comprada. Caja de madera de fresno pintada en negro. Ventanilla con cristales biselados. Tapizada en seda. En su exterior ostenta numerosos adornos de cobre plateados, labrados, cincelados y calados. Lleva cuatro faroles redondeados y estribos plegadizos. Fue utilizada por los presidentes Sarmiento, Avellaneda, Roca, Juárez Célman, Pellegrini y Sáenz Peña.”

Fotografía de la carroza en la actualidad durante la exhibición de vehículos históricos en la ciudad de Luján.


Así como en las carrozas de la realeza europea se coloca el escudo de armas de la familia reinante, en esta carroza presidencial se colocó el Escudo Nacional Argentino en las puertas, los tiradores, el coronamiento y en el asiento delantero para el cochero: 


Fotografía del interior del mismo carruaje tapizado en seda:


Fotografía del interior de las cocheras en 1916 con la carroza de los Gobernadores de la Pcia. de Buenos Aires:


Según el Complejo Museográfico Enrique Udaondo, que también conserva esta carroza desde mediados del siglo XX, “Es una berlina de lujo. Fue estrenada por Valentín Alsina y sus ministros en mayo de 1857 y estuvo en uso hasta 1893. Construida en París por el célebre fabricante de carruajes Víctor Lelorieux. Presenta descanso para el lacayo y pescante para dos personas cubierto por una gualdrapa de paño azul con flecos, galones y borlas, escudos provinciales en los laterales, interior de brocado de seda (capitoné). Tiene siete ventanillas forradas en terciopelo con cristal biselado y cortinas de seda blanca. Los estribos son plegadizos. La caja está totalmente pintada de negro con rebordes de plata aplicada. Los faroles son de plata cincelada.”

Fotografía de la carroza en la actualidad en una de las salas del Complejo Museográfico Enrique Udaondo en la ciudad de Luján: 

Detalle del escudo de la Confederación Argentina y del espacio para el lacayo en el sector trasero de la carroza:

El interior de la misma carroza tapizado en seda:

Fotografía de otra de las carrozas presidenciales (calesa) en uso en 1916:


Es la misma carroza que trasladó a la Infanta Isabel de Borbón en los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Podemos ver a la Infanta dentro de la carroza en la fotografía ubicada debajo, y el Escudo Nacional Argentino señalado con un círculo rojo:


Fotografía de otro carruaje presidencial en uso en 1916:


Este carruaje se utilizó para trasladar al Príncipe Humberto de Saboya en su visita al País en 1924. Lo podemos ver saliendo de la Casa Rosada en la siguiente fotografía guardada en el Archivo General de la Nación: 


Fotografía de Lorenzo Rotgé con el mismo carruaje en Campo de Mayo en 1962, donde permanece actualmente:


Otro carruaje presidencial en uso en 1916:


Como comenté anteriormente, a mediados del siglo XX las caballerizas se desarmaron para dar lugar al estacionamiento de los vehículos oficiales de la presidencia. Sin embargo todavía se conservan algunos restos de la decoración original como son los cerámicos sobre el ingreso (señalados con un círculo rojo en la fotografía ubicada debajo), y los vitrales que se llegan a ver si uno asoma la cabeza por el portón de entrada sobre la Avenida Leandro N. Alem 852.


Parece ser que además se están realizando obras de conservación, o al menos eso se deduce del llamado a licitación del año 2010 para el desmontaje y reconstrucción de la cúpula central del edificio:

A continuación les transcribo por completo la entrevista realizada por la revista “Vea y Lea” a Lorenzo Rotgé en el año 1962, en la que relata curiosísimas anécdotas de su labor como cochero presidencial durante 43 años:

Fotografía del artículo: 


“La gente se había volcado en las calles. Al paso de un caballo de buena estampa, que tiraba de un “milord”, los brazos cruzados sobre el pecho, las manos metidas en las bocamangas del saco, iba Marcelo Torcuato de Alvear rumbo al Congreso. De pronto, al acercarse a la Plaza Lorea, de entre el gentío, surgió un hombre corpulento en mangas de camisa. Saludaba con los brazos en alto agitando una libreta. Imprevistamente echó a correr hacia el carruaje. Cuando llegaba, Lorenzo Rotgé, el cochero, extendió una pierna y con el pie le dio en pleno pecho haciéndolo caer. La policía se acercó y lo detuvo. Debajo de la ropa llevaba una pistola. Fue un momento de tensión.

-¿Cuándo fue eso?

-Allá por mil novecientos veintitantos. Lorenzo Rotgé, que fue cochero de la Presidencia desde 1910, primero como suplente y en 1921 ya como titular, hasta 1953, evoca el suceso en silencio. La emoción le anuda la garganta con un lazo de nostalgia. Hojea fotografías, casi amarillas, que lo muestran conduciendo a distintos presidentes en diferentes épocas. El landó guiado por él, por ejemplo, que paseó al Cardenal Paccelli, Pío XII años después.

-Recuerdo —dice— su llegada, en 1934, en oportunidad de realizarse el Congreso Eucarístico. El espectáculo era realmente imponente. En el puerto los árboles eran racimos de gente, igualmente los techos de los vagones y las calles. Partimos rumbo a la Catedral. Mi cabeza era lo más parecido a un bombo. El camino estaba alfombrado de pétalos. La gente arrojaba flores desde los balcones al paso de la carroza. Nadie se imagina lo que un presente tan gentil puede significar cayendo desde un tercer piso encima de uno…
Sus pupilas, que están húmedas, se aclaran con una sonrisa y nos cuenta, así como al pasar, que también había “fans” en aquel entonces. Cuando llegó Humberto de Saboya, “el principino”, las niñas le arrancaban botones y jirones de ropa que llevaban como trofeos. Al bajar de la carroza, una de ellas se le acercó, pero fue empujada por otras. Trastabillando chocó con los escalones del coche y cayó de espaldas, con las piernas al aire, las que agitaba tratando de recuperar la verticalidad. Uno de los lacayos tuvo que ayudarla a incorporarse rompiendo todo el ceremonial.

El ex cochero, mediana estatura y cabellos blancos, que tiene ahora 86 años, vive con su hija en el pueblo de San Martín, aledaño a la Capital. No muy lejos, en la Escuela Militar de Equitación de Campo de Mayo, duermen sus sueños de glorias pasadas los que fueron carruajes presidenciales. Entre ellos la calesa que condujo a la Infanta Isabel durante los festejos del Centenario.

Don Lorenzo va periódicamente a ver las carrozas que durante tanto tiempo lo tuvieron a él en el pescante. Pasa sus manos sobre las ruedas, como en tanteo de caricia. Los coches están limpios y cuidados, pero él siempre descubre una mota de polvo. Cada uno de ellos es un símbolo del pasado. Berlinas, calesas, un milord.

-Con este landó lo perdí al príncipe de Gales —dice.

-Cuéntenos.

-Pues sí. Yo conducía este coche llevando al príncipe. En determinado momento miro por una vidriera (el protocolo no nos permite darnos vuelta) y veo el carruaje vacío. Me vuelvo entonces para asegurarme. ¿Qué había pasado? Pues que se había apeado al pasar frente al café de Hansen. Era un hombre muy precavido. Siempre llevaba consigo un grueso bastón-vaso lleno de whisky escocés…

Volvemos a la realidad. Estamos otra vez en el galpón. Guardados por vitrinas, se halla un amplio surtido de ropa de cocheros, lacayos y postillones. Entre ellos, la librea, para usar con tricornio y peluca, que trajera Sarmiento. Calzado de todo tipo, arneses, guarniciones y sillas para atalajar a la “D’Aumont”.

-¿Qué es atalajar a la “D’Aumont”?

-Se llama “D’Aumont” al tronco de dos caballos, y gran “D’Aumont” al de cuatro o más.

Y ahora es don Lorenzo quien hace preguntas:

-¿Saben cuál era el marco para todo esto, cuando guardábamos en Leandro Alem 852? Un salón con mayólicas, pequeñas palmeras interiores, metales y pisos como espejos. Los marcos de las puertas, así como los cabezales de los boxes eran de bronce bruñido. Todos los patios tenían alfombras rojas. Fue necesario cubrirlos porque estaban demasiado lustrados y los caballos resbalaban en ellos. La caballeriza fue construida durante el gobierno de Roca. Los pesebres tenían las paredes azulejadas y la entrada estaba cubierta por una cortina de terciopelo marrón. El lecho de los animales era de paja trenzada. Sobre cada una de las columnas situadas entre los boxes, había un vaporizador de bronce con perfume “Cuero de Rusia”. Los jovencitos del lugar venían a pedirme que los dejase estar un ratito en la cuadra, para que la ropa se les impregnase de aquél aroma. Y aquellos caballos. . . ¡qué hermosos animales! Recibían los mejores alimentos y a horario. Por la noche se los tapaba con cobijas de lana y en invierno, cuando llevaban al presidente y tenían que esperarlo en la calle, eran cubiertos con mantas de un paño color azul, forradas en astrakán, con el escudo nacional bordado en oro.

-¿Recuerda usted qué presidente fundó la cochera?

-Comenzó con Rivadavia, quien adquirió, para su uso personal, un hermoso landó. Tenía cómodos asientos para los lacayos. Después se continuó con Sarmiento. Había mandado construir otra gran carroza, con finísimos cristales, tapizada en raso blanco, incrustaciones de nácar y guarniciones de plata. Juárez Celman, Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, enriquecieron la colección de vehículos, arneses, uniformes y el plantel de equinos de raza Haknesy (inglés) con sucesivas adquisiciones.
Lorenzo Rotgé recuerda un episodio singular. Durante la primera presidencia de Yrigoyen y cuando se encaminaba hacia el Congreso, en la esquina de Paraná y Avenida de Mayo un grupo de hombres desenganchó los caballos y condujo el coche hasta el Parlamento. Desde entonces, creo, Yrigoyen ni quiso subir nunca más. Inmediatamente dictó un decreto suprimiendo el protocolo. Nada le molestaba tanto como vestirse de gala. Nunca vi nadie más sencillo. Tanto que no quiso ir a vivir a la residencia que le destinaron y continuó habitando en la casa existente en la calle Brasil, entre Bernardo de Irigoyen y Lima.

-¿A qué presidentes extranjeros condujo?

-A Estigarribia, Morinigo, Getulio Vargas…

-¿Qué puede decirnos de ellos?

-De Morinigo casi nada. Era un hombre muy serio. Vargas vino durante la presidencia de Justo. Todo había ido bien hasta el domingo en que se corrió el premio Brasil en el Hipódromo de Palermo, al que quiso asistir. Salimos de la embajada sin ningún inconveniente, pero al llegar a la avenida Alvear había tanta gente que se asustó. Nuestro presidente le dijo que no temiese nada, pues el pueblo argentino era muy cordial y se lo manifestaba.

-¿Cuál fue su último viaje?

-En 1953, llevando al presidente de El Líbano, Camille Chamoun. Un hombre joven, vestido a la usanza occidental, pero con un gorro rojo al estilo de su país. Era simple y agradable y entendía bastante el castellano. Después ya no pude trabajar más. Estuve muy enfermo y me jubilaron ese mismo año, cuando todos pensaban que iba a morirme.

-¿De cuánto es su jubilación?

-De tres mil ochenta pesos.

-¿Tuvo algún accidente durante su trabajo?

-Sí, en 1951. Un cabañero le había regalado al presidente cuatro caballos y yo se los estaba amansando. Llevaba dos de ellos atados a un coche por los bosques de Palermo. De improviso se asustaron y corrieron hacia un árbol, rompiendo la vara del coche. Como no solté las riendas me arrastraron un trecho, rompiéndome un brazo y una rodilla y hundiéndome algunas costillas.

-¿Le gustaría volver a ser cochero?

-Desearía ver nuevamente al presidente yendo en carruaje a recibir embajadores, a huéspedes ilustres, a la apertura de sesiones parlamentarias e iniciando el desfile del 9 de Julio, como antes…

La voz se le empaña mientras rememora…
Salimos. El sol declina sobre Campo de Mayo. Dentro de un galpón ha quedado, acariciando reliquias, un hombre enamorado del pasado. Se llama Lorenzo Rotgé. Tiene 86 años, los cabellos blancos y la salud quebrantada. Es el último cochero presidencial.

Para finalizar quisiera agregar que, en mi opinión, sería ideal agrupar las carrozas oficiales de la presidencia en una sola colección en vez de tenerlas dispersas en Campo de Mayo y el Complejo Museográfico Udaondo, y así exhibirlas al público en un edificio acondicionado para la ocasión. Un buen ejemplo es las Royal Mews del Palacio de Buckingham en Londres.
dónde se exhiben las carrozas que utiliza la Familia Real Inglesa desde el siglo XVII:


Agradezco al señor Sergio Kiernan por haber publicado este artículo en la sección m2 del diario Página 12:

Autor Pablo Chiesa
 
Fuentes
Álbum de “La Presidencia de la República Argentina, 9 de Julio de 1916″.
Revista “Vea y lea” año 1962.
Museo de la Casa Rosada.
Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”.
Archivo General de la Nación.
Aclaración: Las fotografías publicadas con marca de agua no son propiedad del blog Mirada Atenta, se les coloca la marca como medida de protección de la investigación. Como Versailles en sus colecciones, y de hecho, hasta el Museo Nacional.