lunes, 27 de enero de 2014

Escuchemos el silencio, da que hablar

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ISBN:978-84-9841-838-5

Durante el acto de presentación de esta edición, en el que participaron el propio autor y Ángel Gabilondo –que distinguió entre el silencio, “del que soy muy partidario”, y el mutismo, “que deploro”–, D’Ors afirmó que “la literatura sirve para la vida porque es vida”. Encadenando algunos de los aforismos de su libro, comentó que lo que más nos humaniza es la virtud de la atención, “porque amar es estar atento”.

Meditación

La meditación es un ejercicio de escucha. “Hay que aprender a escuchar y a escucharse a uno mismo. Si te escuchas, entre tonterías descubres que también en ti hay algo luminoso. Cada uno de nosotros somos, también, un núcleo de luz”, señaló antes de referirse a ese “ejercicio de escucha” que supone la meditación.

“Comencé a sentarme a meditar en silencio y quietud por mi cuenta y riesgo, sin nadie que me diera algunas nociones básicas o que me acompañara en el proceso. La simplicidad del método –sentarse, respirar, acallar los pensamientos…– y, sobre todo, la simplicidad de su pretensión –reconciliar al hombre con lo que es– me sedujeron desde el principio. Como soy de temperamento tenaz, me he mantenido fiel durante varios años a esta disciplina de, sencillamente, sentarse y recogerse; y enseguida comprendí que se trataba de aceptar con buen talante lo que viniera, fuera lo que fuese”.

Palabras de D’Ors con las que abre este clarividente texto que se cierra 112 páginas más tarde con otra declaración de principios: “Si he escrito estas páginas es para aumentar mi fe en el silencio, por lo que lo más sensato es que deje ya las palabras y me lance, confiado, a ese océano oscuro y luminoso que es el silencio”.

Certezas, preguntas, reflexiones…

Entre las frases de apertura y cierre quedan en el aire unas cuantas certezas, muchas preguntas, algunas conjeturas y un interesante puñado de reflexiones para que, si sigue la senda marcada por el autor, cada cual asuma que a través de la meditación “no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una misma y única cosa”.

Basta un año de meditación perseverante, o incluso medio, para percatarse de que se puede vivir de otra forma, afirma el escritor. “La meditación nos con-centra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser, nos agrieta la estructura de nuestra personalidad hasta que, de tanto meditar, la grieta se ensancha y la vieja personalidad se rompe y, como una flor, comienza a nacer una nueva. Meditar es asistir a este fascinante y tremendo proceso de muerte y renacimiento”.

Pablo d’Ors (Madrid, 1963), discípulo del monje y teólogo Elmar Salmann y nieto del filósofo y crítico de arte Eugenio d’Ors, estudió en Viena, Roma y Praga. En 1991 se ordenó sacerdote, doctorándose en Teología cinco años más tarde. 

En el año 2000 publicó El estreno, su primer libro. A esta colección de relatos siguieron las novelas Las ideas puras, Andanzas del impresor Zollinger, El estupor y la maravilla, Lecciones de ilusión y El amigo del desierto.

Ha sido coadjutor parroquial y profesor de Teología Mística y Fenomenología de la Religión, capellán universitario y hospitalario, profesor de Dramaturgia y crítico literario, especializado en literatura centroeuropea.
  
Por Javier López Iglesias 
Fuente: http://www.hoyesarte.com 
Link: http://www.hoyesarte.com/literatura/ensayo/escuchemos-el-silencio-da-que-hablar_151687/



Marca y símbolos de una monarquía, una mirada argentina



Quizás parezca a destiempo haber escrito estas observaciones, pero precisamente porque son observaciones, las mismas han sido producto de revisar una y otra vez las imágenes de las ceremonias principales de Abdicación e Investidura del Reino de los Países Bajos, realizadas el 30 de abril pasado.

No es un secreto que ni bien se conoció en 2012, la intención de la entonces Reina Beatrix de abdicar en favor de su hijo, se inició la planificación para una jornada que ha marcado un punto de inflexión institucional importante.

La monarquía holandesa, que comenzaba a trazar una nueva dirección respecto de su propia imagen: tras 123 años, la investidura real pasaría a un hombre convirtiéndolo en el monarca más joven del siglo XXI. Emite un primer mensaje simbólico, respecto a la misma lozanía de la institución monárquica.

Así pues en la fecha mencionada, en la Sala de Moisés del Palacio Real de Ámsterdam, tuvo lugar el acto de abdicación con la presencia de testigos y un grupo de invitados de la Familia Real holandesa.

Si bien se trató de un sencillo, aunque solemne acto, cada una de sus secuencias fueron cuidadas al detalle. Una mesa protocolar vestida de color burdeos, montada a la francesa, con tres simples centros florales por todo adorno y un atril de mesa desde el que se leyó el acta de abdicación y la etiqueta observada por los asistentes, transmitieron un nuevo mensaje: austeridad en tiempos de crisis global. 




El balcón del Palacio Real

Difícil es ver que los miembros de una monarquía manifiesten públicamente sus sentimientos o expresiones de amor y cariño, salvo que los mismos tengan como destinatarios a los niños. Más allá de esto, la Princesa Beatrix se permitió mostrar a los ciudadanos la emoción al anunciar su abdicación y presentar al nuevo Rey Guillermo Alejandro, quien luego de un breve mensaje abrazó y besó a su madre. ¿Sería posible trasladar esta escena a la monarquía británica?


Resulta interesante aquí hacer una mención a la comunicación corporal del nuevo monarca, como la emisión de mensajes simbólicos apoyados en la postura de sus manos.

Ciertamente, las manos representan lo más íntimo del ser humano, la asombrosa fusión del cuerpo y del espíritu. Las manos poseen elocuencia propia ya en unión con la palabra como en el silencio, pues su lenguaje expresa una idea, un sentimiento o una intención.


La postura de las manos del rey es la denominada por Birdwhistell, como de “ojiva”, este ademán es propio de personas que ostentan un alto cargo, que se tienen confianza y manifiestan una actitud de seguridad. Es de destacar que la disposición de las manos de esta manera responde, como se dijera anteriormente, a un estado interno del espíritu el cual es comunicado a la mente. Acaso ¿una nueva señal del cambio de imagen?



El balcón del Palacio Real continúa siendo el escenario en la primavera holandesa, su decoración así lo demuestra con gran variedad de flores blancas, amarillas y anaranjadas y –entre ellas- infaltablemente las frutas que representan a la Casa de Orange-Nassau, las naranjas. Estupendo marco para presentar en sociedad a la nueva heredera al trono, la Princesa Catharina-Amalia quien deberá ser tratada como Su Alteza Real.

Obviamente, no es casualidad que la Princesa esté ubicada delante de su padre, el Rey: el beso que recibe la niña simboliza la herencia recibida. Una observación interesante para agregar en este punto; la Princesa Beatrix ha sido madre de varones, el Rey Guillermo Alejandro es padre de tres niñas…


La ceremonia de Investidura

Es lógico pensar que a posteriori de un acto de abdicación se realice una ceremonia de coronación.  Sin embargo, no ha sido este el caso debido a que tal ceremonia implica el ascenso al trono “por la gracia de Dios” y el Rey Guillermo Alejandro, lo hizo “por la gracia del pueblo holandés” de acuerdo a la Constitución de los Países Bajos convirtiéndose, de esta manera, en un acto laico.

La Ceremonia de Investidura del poder real, se realizó en el mismo escenario en el que los Reyes de Holanda celebraron su boda, la Iglesia Nueva, lugar de culto desde el siglo XV hasta el año 1979 luego de la última reforma de la iglesia holandesa.

Se podría decir que el orden y la puntualidad “han reinado” en todo momento, dos elementos más que necesarios para la ubicación de los más de 2.000 invitados, que debían estar en sus lugares para el momento en el que los Reyes ingresaran en el recinto.

A pesar de los símbolos de una nueva imagen de monarquía que se han relatado precedentemente, en la Ceremonia de Investidura se ha conservado gran parte de la antigua tradición.

El cortejo real, encabezado por los nuevos monarcas, recorrió el camino tapizado de color azul que les llevaría a la Iglesia Nueva. Así, si bien el Rey Guillermo Alejandro vistió frac con condecoraciones, llevó sobre sus hombros el manto real confeccionado en terciopelo de color burdeos bordado en oro y forrado de armiño, una réplica del que usara el Rey Guillermo I en el año 1815.


Usualmente, una reina consorte apoya su mano sobre la del rey, en este caso la Reina Consorte Máxima, vestida de color azul Francia, caminó a la izquierda de su esposo tomada de su mano. Sin lugar a dudas, un símbolo muy fuerte que exteriorizaba unión, apoyo y respaldo.



Si el color anaranjado, presente en la decoración floral de la Ceremonia de Abdicación, representaba a la Casa de Orange-Nassau, el azul (azur uno de los cinco colores heráldicos) de la Reina no era otro que el de la bandera, color que simboliza el espíritu de la verdad, la fidelidad y la lealtad.

Volviendo a la Iglesia Nueva, antes de la entrada del cortejo real, habían ingresado ubicándose en la primera fila la Princesa Heredera junto a sus hermanas (que llevaban sendos vestidos del mismo azul que el de la Reina consorte) y la Princesa Beatrix, ésta ataviada con un traje azul matizado con negro. Siendo el negro la ausencia de luz, el cual en este caso representaba la autoridad.

Dos detalles para enfatizar: el primero, que todos los actores de las ceremonias que aquí se han puntualizado, habían ensayado todas y cada una de las secuencias de los actos de la jornada histórica; el segundo punto: se habían colocado escabeles para sus pequeños pies frente a los sitiales de las dos princesas Alexandra y Ariadna, para brindarles confort durante la ceremonia.


Ubicados ya los Reyes en los tronos, a su izquierda se han alineado sobre una mesa los símbolos del poder real: la corona, representando la soberanía del Reino de los Países Bajos, el cetro como alegoría del poder y la dignidad del Rey, el orbe que encarna el territorio del Imperio, la espada del Rey como garantía del Estado, el estandarte nacional y un ejemplar de la Constitución.

Aunque la Iglesia Nueva ha dejado de ser un lugar consagrado, el nuevo Rey ha proclamado su juramento invocando a Dios con palabras y gestos: elevando los dedos índice y mayor de la mano derecha. El índice, alude al compromiso y llamado a Dios, en tanto que el dedo mayor o medio -que representa al corazón- simboliza el compromiso hacia su pueblo.



Asimismo, en la fórmula pronunciada comienza diciendo: “Juro al pueblo del Reino que mantendré…” palabras que –en idioma francés- están contenidas en el escudo de los Países Bajos.

Para finalizar, luego de recibir de pie el juramento o compromiso de los miembros del Parlamento, toda la asamblea exclamó las tres hurras en honor al nuevo monarca.

La marcha del cortejo real se inicia, esta vez, saliendo en primer lugar los nuevos Reyes de los Países Bajos presentándose frente a la ciudadanía que los aguardaba en la plaza, seguidos por la Familia Real y los testigos de la Ceremonia de Investidura del poder real.

Se han analizado dos ceremonias, en las que se han conjugado y ensamblado con arte, los símbolos de la nueva imagen de la monarquía holandesa sin desdeñar aquellos que han querido conservarse hasta el presente.

Como nota final a estas reflexiones se considera pertinente la siguiente cita:

“Es bueno que haya sencillez, sobriedad y gravedad en la celebración. Pero no lo es que las manos queden como atrofiadas e inexpresivas. No hace falta llegar al éxtasis y a la teatralidad. Gestos bien hechos, reposados, en sintonía con la riqueza interior Gestos no vacíos, o simplemente porque están mandados, sino llenos, auténticos.” (José Aldazabal, “Gestos y Símbolos (I)”, Dossiers CPL 24, Barcelona 1986)

por Edith Pardo San Martín