No es fácil encontrar un tiempo para reunirnos con un colega y
conversar con calma. Pero a veces llega y hace dos días fue posible. Los
dos llevamos años trabajando en el Protocolo y hemos realizado también
algunas actividades docentes con nuestra disciplina.
Mi colega y yo pudimos charlar despacio y así cambiamos mutuamente
nuestras propias impresiones sobre el Protocolo en Argentina. No fueron
endechas sino deseos de superar pronto una especie de desánimo
colectivo. Es un desánimo enraizado en quienes han estudiado o se están
especializando actualmente en Protocolo.
Nuestro país atraviesa unos momentos difíciles. No olvido que hace
años, cuando daba cursos en la Facultadde Derecho, me detenía a explicar
la correlación existente entre la forma de gobierno de un Estado y el
Protocolo. Así era más fácil observar al vivo los ejemplos de la
antigüedad en Egipto y en Roma. Las inquietudes surgían y se
concretaban en deseos de continuar estudiando y conocer más.
Aquí, en Argentina, como he comentado en otra ocasión, los estudios
de Protocolo no poseen rango universitario. Existen las llamadas
carreras terciarias y también las tecnicaturas universitarias. Sin
embargo, no se han dado pasos hacia eventuales licenciaturas que podrían
llevar también a doctorados.
Los que egresan de aquellas carreras después de dos, tres o cuatro
años de estudios, por lo general no acceden a puestos en Protocolo. A
nivel oficial se desconocen las oposiciones para ocupar esos sitios.
Desgraciadamente y lo admito con pena, los departamentos u oficinas de
Protocolo y Ceremonial están a cargo de personas sin la capacitación
necesaria. En todo caso y con atenuantes, la práctica o la repetición de
actos, les lleva a ser empleados administrativos con horarios y
remuneración.
En la amable conversación de días pasados, mi colega y yo observamos
la situación de nuestro país. La actual no anima a volar alto y, así
quienes estamos en Protocolo nos damos de frente con la mediocridad.
Inmersos y algo impotentes, nos esforzaremos y lucharemos.
Hoy, sábado 20 de setiembre,la Jefa del Estado hizo un viaje privado
para almorzar con el Papa Francisco en Roma. Los antecedentes son
cercanos y el Santo Padre, conociendo que ella viajaría a los Estados
Unidos, la invitó a pasar por el Vaticano.
La Presidenta viajó con una comitiva de treinta y tres personas en el
avión presidencial. La invitación papal era a la persona dela Jefa del
Estado y no era una visita oficial, que posee un protocolo propio.
Resulta inexplicable el por qué de la numerosa comitiva. Se han
olvidado o se desconocen las normas internacionales acerca de las
visitas de jefes de Estado. Sabemos que cuando se trata de una visita
oficial, es el Estado invitante quien se hace cargo de todos los gastos.
La diferencia entre el tipo de visitas no es sutil.
No todos los lectores coincidirán con mis apreciaciones y menos
todavía si comento la vestimenta dela Jefa de Estado. Totalmente de
negro, eligió un sombrero al estilo de la duquesa de Cambridge. ¿No
habrá una persona capaz de asesorarla? Había sido invitada a un almuerzo
y por aquello de que las damas se presentan con la cabeza cubierta
frente al Papa, la elección de una mantilla sutil hubiese sido el
complemento ideal.
Por otra parte y con tristeza lo admito, quienes debieran ser
rectores en temas de Protocolo, no solamente lo olvidan sino que llegan
a decir que los tiempos han cambiado y que todo es diferente.No se
trata de vivir de glorias pasadas pero acuden en lontanza los ejemplos
maravillosos de nuestro Protocolo de Estado. Ahora, en cambio, parece
como se deseara caramelear los temas. Quienes queremos el Protocolo,
estamos preparados para todo –ad utrumque paratus- porque tenemos
esperanza y esperanza de la buena. No somos ocelados ni merodistas, pero
nos hemos hecho de escalera abajo y también en lo alto. Nos duele la
mediocridad y así vislumbramos tiempos mejores.
Por Esp. Univ. Abog. Roberto Sebastián Cava
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