Hace unos días he leído en una nota que a la actriz Blake Lively le molesta que le
adjetiven como “perfecta”. Que su vida es “perfecta”, que tiene un matrimonio
“perfecto”, que sus piernas son “perfectas”. Todo lo que le rodea es
“perfecto”.
Con este adjetivo me sucede lo mismo que con “moderno”: me resultan
“rancios”, por decir antiguos. En un momento de las comunicaciones, en el que
todo el mundo quiere mostrarse “imperfecto”, las selfies “a cara lavada”,
fotografías de modelos de mujeres “reales” o mejor dicho que no han usado el
Photoshop, todavía leo publicaciones en Internet en las que se anuncia que te
pueden convertir en el “Orador perfecto” o “Aprende a ser (lo que quieras)
perfecto”.
Todos somos imperfectos pero debemos orientar nuestra vida a la
perfección, como un llamado interior que nos permita elevarnos espiritualmente
y no como una estereotipación física. Por nuestro bien y por el de todos los
que nos rodean.
Por Edith Pardo San Martín
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